
La
mujer llega al pozo ajena a lo que allí le espera y que nada, en la trivialidad
de su vida cotidiana, hacía previsible: va por agua con el cántaro vacío para
volverse con él lleno a su casa. No hay más expectativas, ni más planes, ni más
deseos.
Pero
lo imprevisible le está esperando junto aquel galileo sentado en el brocal del
pozo que entabla conversación con ella: un agua que se convierte en manantial
vivo, la promesa de una sed calmada para siempre, un Dios en búsqueda, fuera de
los espacios estrechos de templos o santuarios. El cántaro, que era símbolo de
la pequeña capacidad que está dispuesta a ofrecer la mujer, se queda olvidado
junto al pozo, inútil ya a la hora de contener un agua viva tan inmensa.
Muchas
veces lo más fácil en todo esto es decir… pasapalabra, y a otra cosa. Pero como
cristianos tenemos el compromiso de pasarLApalabra, aunque de primeras pueda
parecer algo iNútil. Pero no hay nada más útil para el interior que comunicar y
dar vida, dar razones de nuestra fe, de la alegría de ser seguidores de un
Jesús que nos ofrece un agua que calma la sed para siempre. Aquello que
recibimos gratis hemos de darlo gratis.