Cierto día un Hermano Superior
entrado ya en años, poco sufrido y exigente, molestado por la presencia y por
el ruido que hacían los Hermanos Jóvenes, exclamó en un momento de impaciencia:
-
“¿Qué provecho nos traen esas miniaturas de Hermanos? Solo sirven para turbar
el orden y el recogimiento y dilapidar los bienes el Instituto”.
Casualmente oyó estas
palabras Marcelino y se contentó con responder sonriendo:
- “¡Miniaturas de
Hermano! En verdad, eso es muy poco; eso es despreciar mucho a esos jóvenes;
califíquelos por lo menos de medio Hermanos.”
Marcelino aprovechó la ocasión para dar a los Hermanos veteranos varias instrucciones sobre la
estima que se debe tener a los Hermanos Jóvenes y el cuidado que hay que poner
para encariñarlos con la vocación y formarlos en la virtud:
- “Gracia muy grande es
la vocación religiosa para aquellos a quienes Dios se la ha concedido,
cualquiera que sea la edad en que reciban ese favor. Pero, a mi parecer, es un
favor insigne y, me atrevo a decir, una gracia de primer orden, el ser llamado
a la Vida Religiosa en la edad primera.
Los Hermanos Jóvenes, si
se los instruye y educa debidamente, son la bendición para nuestra comunidad;
son la esperanza, la riqueza, el tesoro del Instituto y llegarán a ser el
ornamento, la gloria, el sostén y las columnas del mismo”.