Los creyentes somos invitados a ser sal y luz en un mundo que olvida
ser chispa y salero. Un mundo que le da la espalda a la luz para
recrearse en la oscuridad y la ceguera. Por ello, la Iglesia, los
cristianos debemos ser personas abiertas, acogedoras, no pensar y
mirarnos sólo a nosotros, sino salir al encuentro de los hermanos, en
especial de los marginados y olvidados por una sociedad, que busca su
propio bienestar.